Hay dos caras bien distintas en el caso del desaparecido Michael Jackson: una, la mediática, que hizo de él un fenómeno social caracterizado por la idolatría más patética, el culto desmedido a la imagen y el morbo colectivo por la excentricidad y sus supuestas conductas irregulares, la otra, la de un intérprete que desarrolló una obra musical impresionante dentro del soul y el funk, especialmente en su trayectoria inicial dentro de los Jackson Five y con posterioridad, en los momentos estelares de sus primeros discos en solitario. Por ejemplo, su Billy Jean, una canción que llegó a alcanzar una gran popularidad por un videoclip que en su momento fue considerado como la máxima realización visual dentro del mundo de la música pop, pero que personalmente valoro por su brillante sonido y su demoledor efecto en la pista de baile, eso sí, un tema que alcanza su máximo esplendor cuando se reproduce en vinilo, sonido huevo frito incluido, y con un volumen sin limitaciones.
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