30/9/25

Fallece Pablo Guerrero: una nueva ocasión para escucharlo.


El tiempo no pasa en balde, y los músicos que protagonizaron aquella revolución silenciosa que llevó la música hasta los hogares de la gente común —gracias al vinilo, al casete y a la radio— han alcanzado ya una edad significativa. Mientras la música más comercial ocupaba el centro de las listas y los platós entre los sesenta y los setenta, otros artistas se abrieron paso con una propuesta más íntima, lírica y comprometida. Entre ellos, los llamados cantautores: creadores que ofrecían una visión contemporánea de la música popular de raíz ibérica, con letras de profundidad existencial y poética, y una mirada crítica sobre el modo de vida posible en los últimos años del franquismo.

Ayer nos dejó uno de los más representativos —aunque no de los más mediáticos—: el extremeño Pablo Guerrero, nacido en la pacense Esparragosa de Lares y fallecido en Madrid a los 78 años tras una larga enfermedad. Guerrero fue el rostro de la canción extremeña en un contexto en el que la tierra propia se convertía en símbolo de autenticidad. Su música, de ritmo pausado y timbre cálido con cierta aspereza rústica, era expresión de un profundo sentir poético que también desarrolló en su obra literaria, con títulos como Los dioses hablan con la voz de los amigos (1996), Donde las flores se convierten en agua (2000), Escrito en una piedra (2009) o Lenguaje de la luz (2011).

El disco que lo hizo más conocido fue el que recogía su actuación en el Teatro Olympia de París, en marzo de 1975, apenas siete meses antes de la muerte de Franco. Allí interpretó A cántaros, canción publicada originalmente en 1972, que quedó como símbolo del ocaso del régimen y del cambio político que se avecinaba. La dimensión política siempre estuvo presente en su obra, al igual que su compromiso con la cultura extremeña y su pueblo, aunque fue solo una de las muchas capas de su universo artístico, donde también habitaba una espiritualidad telúrica y una búsqueda constante de belleza.

Su trayectoria musical fue discreta pero constante, guiada por el buen hacer y una evolución experimental que lo llevó a colaborar con figuras como Suso Saiz, Cristina Lliso (voz de Esclarecidos), el compositor electrónico Juan Manuel Cidrón, y músicos de gran sensibilidad como Luis Delgado, Javier Paxariño o Antonio Toledo. En sus últimos discos, Guerrero exploró territorios cercanos al ambient, el spoken word y la nueva música, sin perder nunca el pulso poético que lo definía.

La noticia de su muerte es triste, pero también una invitación a volver a escuchar su obra, a dejar que sus versos nos acompañen como lo hace Pepe Rodríguez, el de la barba en flor, retrato festivo y entrañable de un personaje urbano: mezcla de tradición y modernidad, de vino y guitarras, de historia y picardía, que encarna esa manera tan propia de Guerrero de convertir lo cercano en un pequeño himno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario